La perturbadora historia detrás de El grito de Munch, la obra maestra de Edvard Munch
El grito de Munch se ha convertido en uno de los iconos artísticos más reconocibles del mundo moderno. Pintado originalmente en 1893, esta obra del artista noruego ha trascendido su época para convertirse en un símbolo universal de la angustia humana. Su figura andrógina con rostro deformado, bajo un cielo de colores turbulentos, ha sido reproducida hasta la saciedad en la cultura popular. Sin embargo, los orígenes y el contexto de esta obra maestra expresionista esconden detalles fascinantes que no siempre han llegado al público general. La historia detrás de El grito, sus distintas versiones, y el propio trauma personal de Munch, conforman un relato tan perturbador como la propia pintura.
Los cuatro gritos: las versiones de la obra que pocos conocen
Cuando hablamos de El grito, la mayoría de personas piensa en una única obra, pero la realidad es que Munch creó cuatro versiones principales de esta imagen icónica entre 1893 y 1910. Dos de ellas son pinturas al temple sobre cartón (1893), una es un pastel sobre cartón (1895) y otra es una litografía coloreada a mano (1895). La versión más conocida, conservada en la Galería Nacional de Noruega, fue pintada en 1893, aunque la versión al temple y óleo sobre cartón del Museo Munch de Oslo también es ampliamente reconocida.
¿Te has preguntado alguna vez si Munch era un obsesivo o simplemente un genio del marketing? Imagina ser tan intenso que necesitas pintar la misma escena aterradora cuatro veces. Es como si hubiera inventado el concepto de secuela mucho antes que Hollywood. “El grito: la versión del director”, “El grito 2: Esta vez es personal”, “El grito 3: Ahora en pastel”… Claramente, Munch entendía que una buena crisis existencial merece múltiples formatos.
La versión de 1893 que se encuentra en la Galería Nacional de Noruega se realizó con temple y óleo sobre cartón, mientras que la segunda versión del mismo año, conservada en el Museo Munch de Oslo, utiliza temple y crayón sobre cartón. La composición básica se mantiene en todas las versiones: una figura andrógina en primer plano con las manos en las mejillas en un gesto de horror, bajo un cielo ondulante de tonos rojizos y anaranjados, con dos figuras indefinidas al fondo sobre un puente.
Las distintas versiones han sufrido destinos muy diferentes. En 1994, durante los Juegos Olímpicos de Invierno de Lillehammer, la versión de la Galería Nacional fue robada, aunque se recuperó apenas tres meses después. Más grave fue el robo en 2004 de la versión del Museo Munch, que permaneció desaparecida durante dos años hasta su recuperación en 2006, con daños leves que requirieron restauración.
La experiencia real que inspiró el cuadro
Según el propio Munch, la inspiración para El grito provino de una experiencia personal que tuvo mientras paseaba con unos amigos por Oslo (entonces llamada Cristianía). En su diario, el artista dejó constancia de este momento:
“Caminaba por la carretera con dos amigos – entonces el sol se puso – de repente el cielo se volvió rojo sangre, y sentí un soplo de tristeza – un dolor mordiente en el pecho. Me detuve; me apoyé en la barandilla, mortalmente cansado – sobre el fiordo azul negro y la ciudad colgaban nubes – como sangre y lenguas de fuego. Mis amigos continuaron caminando, y yo me quedé allí temblando de ansiedad – y sentí que un grito infinito pasaba por la naturaleza.”
Esta experiencia visual y emocional ocurrió en el mirador de Ekeberg, desde donde se podía contemplar Oslo y el fiordo. El lugar exacto se ha convertido en punto turístico y está marcado con una placa conmemorativa.
Seamos sinceros, todos hemos tenido momentos dramáticos, pero pocos los hemos convertido en una obra maestra mundial. Imagina si cada ataque de ansiedad pudiera transformarse en un cuadro de museo: las galerías estarían llenas de millennials contemplando el vacío mientras sus padres les preguntan por enésima vez cuándo van a conseguir un trabajo “de verdad”. Lo que Munch describió suena sospechosamente a lo que cualquiera experimentaría después de revisar su cuenta bancaria a fin de mes o ver los precios actuales de la vivienda.
Algunos historiadores han sugerido también que el cielo rojizo que tanto impresionó a Munch podría tener una explicación natural: la erupción del volcán Krakatoa en 1883, que produjo espectaculares atardeceres rojos en todo el mundo durante varios años. Otros han señalado que podría tratarse de nubes estratosféricas polares, un fenómeno atmosférico que puede producir coloraciones intensas en el cielo.
El contexto mental: la angustia de Munch
Para comprender completamente El grito, es fundamental conocer la vida atormentada de Edvard Munch. Nacido en 1863 en Løten, Noruega, su infancia estuvo marcada por la tragedia: perdió a su madre por tuberculosis cuando tenía cinco años, y a su hermana Sophie por la misma enfermedad nueve años después. Su padre, médico militar, era un hombre profundamente religioso con tendencia a la depresión y a los arrebatos de violencia psicológica.
Si pensamos en el historial familiar de Munch, casi nos sorprende que solo pintara una figura gritando y no una orquesta sinfónica completa en pleno ataque de pánico. La tuberculosis se llevó a su madre y hermana, su padre era un fanático religioso con episodios de ira descontrolada, y otra hermana fue internada en un psiquiátrico. Básicamente, Munch tenía suficiente material traumático para alimentar el catálogo completo de una plataforma de streaming de terror psicológico.
El propio Munch sufrió de problemas de salud mental a lo largo de su vida, incluyendo episodios de depresión y ansiedad. En 1908, tras un colapso nervioso, ingresó voluntariamente en una clínica psiquiátrica donde recibió tratamiento durante ocho meses. Sus problemas se vieron exacerbados por su alcoholismo y por relaciones sentimentales turbulentas, como la que mantuvo con Tulla Larsen, que culminó con un accidente con una pistola que le dejó mutilado un dedo.
Esta combinación de trauma infantil, predisposición genética a la enfermedad mental y circunstancias vitales difíciles conformó la visión del mundo de Munch y se refleja claramente en su obra, especialmente en El grito, donde la angustia existencial toma forma visual.
La figura del puente: ¿quién grita realmente?
Una de las interpretaciones más extendidas de El grito asume que la figura central es la que está emitiendo el grito. Sin embargo, una lectura más detallada de los escritos de Munch sugiere una interpretación alternativa: no es la figura la que grita, sino que ésta se tapa los oídos para no escuchar “el grito de la naturaleza”.
Imagina la confusión: durante más de un siglo, millones de personas han pensado que estaban viendo a alguien gritando cuando en realidad estaban contemplando a alguien tapándose los oídos. Es el equivalente artístico de confundir “El pensador” de Rodin con alguien que simplemente apoya la barbilla porque está aburrido en una reunión interminable. La próxima vez que alguien te muestre El grito, puedes ser ese insufrible sabelotodo que dice: “En realidad, técnicamente, no es la figura la que grita…”
El rostro de la figura, con su forma ovoide y sus cuencas vacías, recuerda a una calavera o una máscara, lo que refuerza su carácter universal como símbolo del sufrimiento humano. Las líneas ondulantes que dominan la composición transmiten esa sensación de vibración sonora, como si toda la escena estuviera reverberando con ese grito silencioso pero omnipresente.
Las dos figuras al fondo, que aparentemente continúan su paseo imperturbables, añaden una capa adicional de significado: la soledad en el sufrimiento, la incapacidad de los demás para percibir nuestro dolor interno. Este contraste entre el tormento individual y la indiferencia colectiva es uno de los aspectos más inquietantes y modernos de la obra.
El color como emoción: la paleta expresionista
La técnica pictórica de Munch en El grito es tan innovadora como su contenido emocional. Alejándose del naturalismo académico, Munch utiliza el color como vehículo directo de expresión emocional, precediendo así las bases del expresionismo alemán que florecería en las primeras décadas del siglo XX.
Los rojos y naranjas intensos del cielo contrastan violentamente con los azules profundos del fiordo, creando una tensión cromática que refuerza la angustia de la escena. Las pinceladas ondulantes y la distorsión de las formas naturales anticipan desarrollos posteriores del arte moderno, desde el expresionismo hasta ciertos aspectos del surrealismo.
Si los colores de El grito fueran una playlist de Spotify, estaríamos hablando de esa mezcla caótica que combina death metal noruego con baladas desgarradoras y algún tema experimental que solo escuchas cuando estás teniendo una crisis existencial a las tres de la madrugada. La paleta de Munch es básicamente lo que verías si pudieras visualizar una migraña o el momento exacto en que te das cuenta de que has enviado un mensaje comprometedor al grupo de chat equivocado.
Esta forma de utilizar el color para transmitir estados psicológicos, más que para reproducir fielmente la realidad visual, fue revolucionaria en su momento y contribuyó enormemente a la ruptura con la tradición pictórica académica que caracterizó el arte de principios del siglo XX.
El grito y la angustia moderna
Aunque creado a finales del siglo XIX, El grito ha sido interpretado como una premonición de la angustia existencial que caracterizaría el siglo XX, marcado por dos guerras mundiales, el Holocausto, la amenaza nuclear y diversas crisis de valores. La figura atormentada de Munch se ha convertido en un símbolo universal del miedo y la ansiedad del hombre moderno.
Filósofos existencialistas como Jean-Paul Sartre o Albert Camus encontrarían en esta imagen un correlato visual perfecto para sus teorías sobre la absurdidad de la existencia humana y la angustia como condición inherente al ser consciente. El psicoanálisis, desarrollado por Sigmund Freud en la misma época en que Munch pintaba sus obras más perturbadoras, también ofrece claves interpretativas para entender El grito como una manifestación de traumas reprimidos y miedos inconscientes.
Si Freud y Munch hubieran coincidido en una fiesta, probablemente habrían acabado en una esquina discutiendo sobre cuál de los dos tenía la infancia más traumática mientras el resto de invitados intercambiaba miradas incómodas. Lo fascinante es que, mientras Freud necesitaba cientos de páginas para explicar la angustia humana, Munch lo consiguió con unos cuantos trazos y colores que hasta un niño de cinco años puede reconocer. Quizás el verdadero genio no está en complicar las cosas, sino en hacer que lo complejo parezca obvio.
La vigencia de El grito como símbolo cultural se ha mantenido intacta a lo largo de más de un siglo, e incluso se ha intensificado en el mundo contemporáneo, donde la ansiedad y los trastornos mentales han adquirido proporciones epidémicas. La figura atormentada del puente resuena especialmente en la era digital, donde la hiperconectividad paradójicamente ha exacerbado sentimientos de aislamiento y alienación.
El grito en la cultura popular: de ícono a emoji
Pocas obras de arte han permeado la cultura popular con la fuerza de El grito. Desde la famosa máscara utilizada en la serie de películas de terror “Scream” hasta su reproducción en todo tipo de merchandising (tazas, camisetas, llaveros), la imagen creada por Munch ha trascendido el ámbito artístico para convertirse en un auténtico icono global.
En 2012, cuando la versión al pastel de El grito se vendió en Sotheby’s por la astronómica cifra de 119,9 millones de dólares (entonces un récord mundial para una obra de arte), el cuadro volvió a acaparar titulares internacionales, demostrando su estatus como una de las obras más valoradas y reconocibles de la historia del arte.
El camino desde el tormento existencial hasta convertirse en un emoji con cara de pánico (🤯) y aparecer en una taza que dice “Así me siento los lunes” es quizás la mejor prueba de que vivimos en una sociedad que ha aprendido a comercializar hasta la angustia. Si Munch pudiera ver cómo su obra maestra aparece hoy en calcetines, fundas de móvil e incluso disfraces para Halloween, probablemente pintaría una nueva versión aún más aterradora. O quizás, siendo el hombre práctico que era, simplemente contrataría un buen agente de derechos de autor y se compraría un yate.
La capacidad de El grito para comunicar de forma inmediata y universal un sentimiento complejo explica su perdurabilidad en el imaginario colectivo. En la era de la comunicación visual y la atención fragmentada, la potencia expresiva de esta imagen la ha convertido en un atajo visual para representar el miedo, la ansiedad o simplemente el sentimiento de verse sobrepasado por las circunstancias.
La sombra del robo: el valor de lo irreemplazable
Los dos robos que han sufrido diferentes versiones de El grito han añadido un capítulo adicional a la mística que rodea a esta obra. El primero ocurrió el 12 de febrero de 1994, cuando la versión de la Galería Nacional fue sustraída en una operación que duró apenas 50 segundos. Los ladrones dejaron una nota que decía: “Gracias por la pobre seguridad”. La obra fue recuperada sin daños tres meses después.
Más dramático fue el robo a plena luz del día que tuvo lugar el 22 de agosto de 2004, cuando hombres armados y enmascarados entraron en el Museo Munch de Oslo y se llevaron la versión de 1910 de El grito junto con otra obra de Munch, Madonna. Las pinturas permanecieron desaparecidas durante más de dos años, hasta que fueron recuperadas en agosto de 2006 con daños que requirieron una cuidadosa restauración.
Si piensas que has tenido un mal día, imagina ser el guardia de seguridad que tiene que explicar cómo permitió que robaran una de las pinturas más reconocibles del mundo. “Eh, jefe, ¿recuerdas ese cuadro famoso del tipo gritando? Pues… sobre eso…”. Es como perder las llaves de la Torre Eiffel o dejar que alguien se lleve la Estatua de la Libertad porque estabas distraído mirando TikToks. Lo sorprendente es que, a pesar de ser una imagen que cualquiera podría identificar en medio segundo, los ladrones realmente pensaron que podrían venderla. Es el equivalente artístico de robar la luna y pretender esconderla en tu garaje.
Estos robos no solo pusieron de manifiesto las vulnerabilidades en la seguridad de los museos, sino que también subrayaron el extraordinario valor cultural y económico de esta obra. El valor de mercado de las diferentes versiones de El grito se ha disparado con los años, culminando en la mencionada venta de 2012 por casi 120 millones de dólares, lo que refleja tanto su importancia artística como su estatus como icono cultural reconocible a nivel mundial.
Conclusión: El eco infinito de un grito
Más de un siglo después de su creación, El grito de Edvard Munch continúa fascinando al público y a los especialistas. Su capacidad para comunicar la angustia existencial de forma directa y visceral, trascendiendo barreras culturales y temporales, lo ha convertido en una de las imágenes definitorias de la modernidad y en un punto de referencia ineludible para entender el arte del siglo XX.
A través de sus diferentes versiones y de su compleja historia de creación, robos y recuperaciones, El grito nos sigue interpelando sobre nuestros propios miedos y ansiedades. La figura solitaria sobre el puente, con las manos en las mejillas y la boca abierta en un gesto de horror, actúa como un espejo inquietante en el que la humanidad contemporánea sigue reconociéndose.
Para quienes nunca se habían planteado los múltiples niveles de lectura que ofrece esta obra maestra, esperamos que este recorrido haya aportado una nueva perspectiva sobre uno de los cuadros más icónicos y perturbadores de la historia del arte. Si te ha interesado descubrir estas facetas menos conocidas de El grito, te invitamos a explorar más contenido sobre otras obras maestras de la historia del arte en nuestra página principal.
A continuación, te ofrecemos respuestas a las preguntas más frecuentes sobre esta obra emblemática.
Preguntas frecuentes sobre El grito de Munch
¿Cuántas versiones de El grito pintó Edvard Munch?
Munch creó cuatro versiones principales de El grito entre 1893 y 1910: dos pinturas al temple sobre cartón (1893), un pastel sobre cartón (1895) y una litografía coloreada a mano (1895). Las más famosas son las versiones que se encuentran en la Galería Nacional de Noruega y en el Museo Munch de Oslo.
¿Qué experiencia inspiró a Munch para pintar El grito?
Según los diarios del propio Munch, la inspiración surgió durante un paseo al atardecer por Oslo (entonces llamada Cristianía). El artista experimentó un momento de profunda angustia cuando el cielo se tornó rojo sangre, sintiendo “un grito infinito que atravesaba la naturaleza”. Esta experiencia ocurrió en el mirador de Ekeberg, con vistas al fiordo de Oslo.
¿Por qué El grito de Munch se ha convertido en un icono cultural?
El grito ha trascendido como icono cultural por su capacidad para representar universalmente la angustia humana mediante una imagen simple pero poderosa. Su expresividad directa permite que cualquier persona, independientemente de su origen cultural, pueda identificarse con esa emoción. Además, su reproducción masiva en la cultura popular (desde películas hasta emojis) ha consolidado su estatus icónico.
¿Qué problemas de salud mental sufría Edvard Munch?
Munch padeció depresión y ansiedad severas a lo largo de su vida, agravadas por el alcoholismo. En 1908, sufrió un colapso nervioso que lo llevó a internarse voluntariamente en una clínica psiquiátrica durante ocho meses. Su salud mental estuvo marcada por traumas infantiles (la muerte temprana de su madre y su hermana) y una predisposición familiar a trastornos psiquiátricos.
¿Es cierto que El grito ha sido robado en más de una ocasión?
Sí. La versión de la Galería Nacional de Noruega fue robada en 1994 durante los Juegos Olímpicos de Invierno de Lillehammer y recuperada tres meses después. Más grave fue el robo a plena luz del día en 2004, cuando hombres armados sustrajeron la versión del Museo Munch junto con otra obra titulada Madonna. Estas pinturas permanecieron desaparecidas por más de dos años hasta su recuperación en 2006.
¿Cuál es el significado de las dos figuras que aparecen al fondo en El grito?
Las dos figuras indiferentes que aparecen al fondo representan a los amigos con los que Munch estaba paseando cuando tuvo su experiencia angustiosa. Su presencia calmada contrasta con la agitación del personaje principal, simbolizando la soledad en el sufrimiento: mientras el protagonista experimenta un terror existencial, los demás continúan su camino ajenos a ese tormento interior, reforzando la idea del aislamiento emocional.
¿Quién está gritando realmente en el cuadro de Munch?
Contrariamente a la interpretación popular, algunos expertos señalan que la figura central no está gritando, sino tapándose los oídos para no escuchar “el grito de la naturaleza”. Según los escritos de Munch, él sintió que “un grito infinito pasaba por la naturaleza”, sugiriendo que es el entorno el que grita, no la figura. Esta interpretación refuerza la idea de que la obra representa la angustia provocada por fuerzas externas abrumadoras.
¿Cuál ha sido el precio más alto pagado por una versión de El grito?
En 2012, la versión al pastel de El grito (1895) se vendió en una subasta de Sotheby’s por la extraordinaria cifra de 119,9 millones de dólares, lo que en ese momento estableció un récord mundial para una obra de arte vendida en subasta. El comprador fue el multimillonario Leon Black, y esta venta confirmó el estatus de la obra como una de las más valoradas económicamente en la historia del arte.
¿Qué fenómeno natural podría explicar el cielo rojo que vio Munch?
Existen dos teorías principales: la primera sugiere que el cielo rojizo que impresionó a Munch podría haber sido consecuencia de la erupción del volcán Krakatoa en 1883, que produjo espectaculares atardeceres rojos en todo el mundo durante varios años. La segunda teoría apunta a las nubes estratosféricas polares, un fenómeno atmosférico más común en latitudes nórdicas que puede generar coloraciones intensas en el cielo.
¿Cómo influyó El grito en movimientos artísticos posteriores?
El grito ejerció una influencia determinante en el desarrollo del expresionismo alemán, particularmente en grupos como Die Brücke y Der Blaue Reiter. Su uso del color como vehículo de expresión emocional y la distorsión de las formas naturales también anticiparon elementos del surrealismo. En el arte contemporáneo, su influencia es visible en artistas como Francis Bacon y en el neo-expresionismo de los años 80, así como en la obra de creadores que abordan la angustia existencial.